Los gritos son inconfundibles: una mujer pide ayuda con desesperación. Son las 10.30 de la mañana del lunes 24 de marzo de 2025. Las dos mujeres que hacen senderismo por la montaña, en ese día soleado y de temperatura perfecta, se detienen en seco para intentar descubrir de dónde provienen los alaridos. Una de ellas ve a lo lejos a una mujer en el suelo. Un hombre está sentado a horcajadas sobre ella y sostiene una roca en su mano. Corren hacia el lugar mientras desde el piso la víctima grita “¡Ayuda, Ayuda! ¡¡Él quiere matarme!!!”. Apenas las ve acercarse, el agresor descubierto sale corriendo. Las mujeres ya están llamando al 911 cuando cuando él huye de la escena, deja el sendero Pali Puka Trail (en Pali Lookout, en la isla de Oahu, Hawái) y se pierde en la espesura de la vegetación de esa escarpada geografía.
Las dos turistas, solo han sido mencionadas en los medios por sus nombres de pila Amanda y Sarah, esperan a emergencias. La víctima está consciente y les revela que el atacante es nada menos que su propio marido. Un rato más tarde es transportada con serias heridas al Centro Médico de Queens.
El milagro de vivir para contarlo
La policía no demora en saber que la mujer herida se llama Arielle Konig (36). Es una renombrada ingeniera nuclear. El agresor es su marido, Gerhardt Konig (46), un reconocido médico anestesiólogo. Ambos viven en la isla de Maui (otra de las islas del archipiélago de Hawái) con sus hijos. Ellos están solos en Oahu para festejar el cumpleaños de Arielle. Vaya festejo. Pero volvamos a los hechos.
Mientras Arielle es derivada y atendida en el hospital, Gerhardt escapa barranca abajo entre árboles y despeñaderos. En su fuga le hace una videollamada por FaceTime a uno de sus hijos mayores, Kieren Konig, fruto de su primer matrimonio. En la imagen de la pantalla el joven ve a su padre con la cara ensangrentada y lo nota desorbitado. Gerhardt le reconoce: “Acabo de intentar matar a Ari, pero ella escapó”. Luego agrega que está pensando en saltar desde un acantilado para terminar con su vida.
La policía termina por capturar al agresor -casi ocho horas después de haber comenzado la persecución- en Nuuanu Pali Drive a las 18.10 hs. Mientras, su esposa Arielle y madre de sus dos hijos más chicos de 2 y 4 años, ya ha contado algo aterrador.
La pareja había viajado sin sus hijos a la isla de Oahu para celebrar el cumpleaños 36 de Arielle. Dejaron a los chicos con la familia de Arielle y con una niñera para tomarse unos días. Se subieron al avión para el corto vuelo y se alojaron en un hotel de lujo en Honolulu.
Vayamos a la mañana del 24. Gerhardt y Arielle salen de excursión a un área famosa por sus caminos angostos, bordeados de precipicios. Durante el paseo, Arielle le pide a su marido que le saque unas fotos. Le entrega su celular. Se trepa a un árbol. Clic, clic, clic. Están disfrutando de vistas panorámicas, en un entorno verde y salvaje, en un día límpido de unos veinte grados. Un rato después es Gerhardt quien sugiere sacarse otra foto: desea tomar una selfie de ellos juntos, al borde del acantilado, con el intenso follaje y las vistas impactantes detrás. Pero no hay clics. Arielle siente vértigo y se niega a acercarse. Da varios pasos para atrás, la marea el abismo de 400 metros de altura. Se aleja incómoda, pero él insiste. Gerhardt enfurece y le grita: “Vení para acá, ¡ya estoy harto de vos!”. Arielle, está sorprendida por su reacción. Piensa que su marido está bromeando. Él la alcanza y la toma por la fuerza por debajo de los brazos para intentar conseguir su propósito fotográfico. Ella se tira al piso para evitarlo. Resiste. Se trenzan en una batalla física y terminan revolcándose entre los arbustos. Él sigue vociferando. Ella entra en modo alerta: se ha dado cuenta de que él lo que desea realmente es empujarla al vacío. Son flashes admonitorios. Gerhardt tironea. Arielle lucha. Le ruega que se detenga, que pare de una vez, que piense en sus hijos. De pronto se percata de que su marido está sacando una jeringa de la mochila. Es una jeringa con un líquido. Con una mano Gerhardt la mantiene contra la tierra, con la otra pretende clavar esa aguja en su cuerpo. Quiere inyectarla con ese líquido que Arielle no tiene idea qué es. Logra impedirlo. La jeringa vuela por el aire. Pero él saca una más. Arielle se desespera y muerde con fuerza el antebrazo de su marido. Por un instante él parece calmarse. El dolor súbito lo desorienta. Arielle intenta escapar de él gateando, arañando el suelo. Gerhardt es rápido: la toma del pelo y estampa su cara contra el suelo con fuerza. Con su mano libre agarra una roca del lugar y empieza a golpearla en la cabeza. Una y otra vez. Arielle cuenta los golpes: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Es consciente de que está peleando por su vida. Gira la cabeza y ve a dos mujeres deportistas a la distancia. Intuye que puede ser su última oportunidad. Empieza a los alaridos para que la escuchen. Ellas se acercan por el revuelo y Gerhardt sale corriendo dejándola malherida.
Arielle se ha salvado tres veces de morir. Se ha salvado de caer al vacío, de perder la conciencia con los golpes salvajes y de ser inyectada por su marido con quién sabe qué. Un triple milagro.
Control y monitoreo de la fidelidad
Según los médicos que la atendieron Arielle Konig llegó a emergencias con su pulgar izquierdo roto, diez severos traumatismos craneales, múltiples heridas en su cara y varios golpes en el cuerpo. Tres días después del ataque declaró a la policía que, a pesar de la perimetral que le habían impuesto a su marido, ella tenía mucho miedo de que a Gerhardt le concedieran la libertad bajo palabra. Porque de ser así él podría viajar a Maui para atacarla. Ya había visto en vivo y en directo de lo que era capaz. Su marido es hoy un desconocido para ella.
Gerhardt Konig, originario de San Diego, California, se recibió como doctor en medicina en la Universidad de Pittsburgh. Trabajó de joven en el Centro Médico de la misma universidad. Se puso de novio a los 20 años con una trabajadora sexual tres años menor llamada Jessica Patella, y se casaron. Estuvieron juntos más de quince años en los que tuvieron dos hijos que hoy tienen 19 y 22. Uno de ellos transicionó de mujer a varón y tomó el nombre de Kieren. La pareja colapsó en 2014 y terminaron divorciados.
En 2017 Gerhardt conoció a Arielle, una joven diez años menor que él, recibida de ingeniera nuclear en la Universidad de Pensilvania y con un doctorado en su haber. Sumamente inteligentes, con buenos trabajos y reconocidos por sus pares, parecían tener el boleto al buen futuro comprado. Se comprometieron ese mismo año y se casaron el 4 de septiembre de 2018 en la impactante mansión de Gerhardt sobre Roycroft Avenue en Mt Lebanon, en las afueras de Pittsburgh. A los dos años tuvieron a su primer hijo y, en 2023, al segundo.
Cuando a él le ofrecieron un empleo muy bien pago en la isla de Maui, en Hawái, y ella entró a trabajar en otra compañía, creyeron que se les había dado el sueño de sus vidas: desarrollar sus respectivas vocaciones en un entorno paradisíaco.
El dinero para estos profesionales exitosos no era un problema. Decidieron, para que él pudiera tomar ese trabajo, vender la casona de Mt Lebanon de 6 dormitorios y cinco baños en noviembre de 2022. Un mes después compraron otra mansión valuada en un millón y medio de dólares en Maui con cinco dormitorios con vistas a las montañas.
Gerhardt antes de ser parte del staff The Anesthesia Medical Group en el Memorial Medical Center de Maui, había sido profesor adjunto de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh entre 2017 a 2023 donde también trabajó como anestesista desde el 2013. Arielle, por su parte, trabajó durante once años en Westinghouse Electric Co, pero en septiembre de 2022 entró como gerente de proyectos a TerraPower, la compañía fundada por Bill Gates que hace ingeniería de diseño y desarrollo de reactores nucleares y que, según el propio magnate, es “la instalación nuclear más avanzada del mundo”.
El camino de los Konig hacia la cumbre estaba allanado. Eran una familia completa y que, con todas sus necesidades más que satisfechas, podría calificarse como “feliz”. Pero nunca es bastante. Gerhardt y Arielle llevaban hasta este día bisagra del mes de marzo más de seis años de casados. Sin embargo, había algo callado. Después del episodio casi mortal, ella contó lo que no había dicho antes. Lo que venía ocurriendo desde hacía varios meses. Gerhardt se había vuelto posesivo de una manera insoportable y había empezado a abusar sexualmente de ella. El maltrato se había vuelto una conducta frecuente y desde el pasado mes de diciembre él había empezado a acusarla de mantener un romance clandestino.
“Se volvió extremadamente celoso”, explicó Arielle y agregó que eso lo llevó a intentar “controlar y monitorear todas mis comunicaciones”.
Gerhardt fue arrestado e imputado por el intento de asesinato en segundo grado de su esposa Arielle.
Sin ningún antecedente, el anestesiólogo se encuentra detenido en Oahu y tiene su licencia profesional suspendida hasta que se termine el juicio en su contra y esté el veredicto.
Durante las audiencias preliminares, la víctima fue quien siguió relatando la violencia doméstica que había soportado. Reconoció que habían empezado a hacer terapia juntos para que él superara los celos enfermizos. Es evidente que no alcanzó.
El fiscal de Honolulu, a cargo del caso, Steve Alm sostuvo algo obvio: “el abuso doméstico no debe ser tolerado en ningún caso. Nuestra oficina está comprometida con hacer que la justicia actúe en defensa de la víctima”. Veremos qué consigue probar.
Con el temor instalado
El pasado viernes 11 de abril fue la primera vez que la pareja se vio cara a cara luego del ataque. Arielle llegó a la corte de Wailuku, con una chalina floreada en blanco y negro sobre la cabeza para cubrir las secuelas de los golpes que recibió. Sobre su ojo derecho se veía un parche sobre varios puntos y el hematoma, debajo del globo ocular, era evidente.
El doctor Konig estuvo presente de manera online desde el Centro Correccional de Oahu donde pasa sus días preso.
Ambos fueron interrogados por la jueza Bevanne Bowers. El motivo de esta audiencia solicitada por Arielle era pedir a la jueza extender en el tiempo la perimetral para ella y sus hijos, para su madre, para su padrastro y también para el hijo mayor de Gerhardt, Kieren Konig. Arielle está aterrada. También le rogó a la jueza que no se le diera a Gerhardt la posibilidad de la libertad condicional. Él podría conseguir los cinco millones de dólares establecidos para la fianza y, una vez en libertad, viajar a la isla de Maui para terminar de concretar el objetivo de matarla. O, incluso, podría lastimar a sus hijos o a otros miembros de su familia. Contó que tiene un arma, en una caja de seguridad de su casa, y no quiere pensar que él pueda acceder a ella. Por todo esto Arielle lo quiere bien lejos.
“Si estuviera en libertad ¿quién lo va a detener para que suba a un avión o salte sobre un ferry para cruzar hasta Maui?”, dijeron los abogados de Arielle.
Pero los letrados del médico encarcelado sí que pidieron la libertad bajo palabra para su cliente. Sostienen que no tiene un pasado criminal y que no existen peligros.
Aunque Arielle se ocupó de explicar todo lo contrario. Por ejemplo: si bien no sabía con certeza qué podían contener esas sospechosas jeringas que su marido intentó clavarle, por su profesión, él tenía fácil acceso “a muchas medicaciones potencialmente letales”.
Nadie habla, un hijo escribe
La familia de Gerhardt no quiere hablar con la prensa. Su padre Pieter Konig es un farmacéutico que vive en Poway, en las afueras de San Diego, California. Sus compañeros médicos también evitan cruzarse con los medios. Sus ex vecinos de Pittsburgh están anonadados. Nadie entiende qué pasó.
Su ex esposa Jessica Patella se atrevió a decir algo. Contó que se casó totalmente enamorada de él a los 17 años y que la relación fue larga, pero que se volvió demasiado intensa. Hoy Jessica, quien se hace llamar Jessie Sage, escribe columnas sobre sexo en el Pittsburgh City Paper y tiene un podcast donde habla de sexualidad y de relaciones no tradicionales. También reveló estar “muy shockeada y triste con las noticias. Nuestros corazones están con Ari y pedimos que respeten nuestra privacidad en estos momentos”.
El padre de Arielle, Kevin Worthington, tampoco respondió los llamados de los periodistas curiosos.
La información más jugosa salió de unos textos de Kieren Konig, el hijo del detenido que recibió aquel llamado perturbador y que seguramente será llamado a declarar en el juicio a su padre, posteados en las redes. En esos escritos habla sobre su compleja infancia. Cuenta, por ejemplo, que una Navidad su hermano fue a esconderse a su cama y que ambos se taparon sus cabezas con la colcha durante una hora esperando a que la violenta pelea entre sus padres terminara. También admite haber sido ingresado varias veces en hospitales psiquiátricos; haber tenido una relación con altibajos con su padre a quien por un tiempo no vio y haber presenciado a su madre perdiendo mucha sangre durante dos abortos espontáneos. A Arielle, su madrastra, la describió como a una mujer con mucha luz y cariñosa: “Cuando encontrás a tu nueva madre postiza, que te llama por el nombre por el que querés ser llamado. Y uno empieza a hablar con su padre y él no te está gritando y está calmo”. Nada era ni había sido perfecto en ningún momento. Las emociones turbulentas navegaban las relaciones.
La casera de la casa de los Konig, Christina Ferguson, dijo no poder creer lo que había sucedido: “Nadie jamás podría haber imaginado que podría pasar algo así. Para mí es algo totalmente fuera de toda lógica. Jamás, jamás, podría haberlo imaginado. Ni nunca sospeché una conducta de este estilo en la familia. Cuando entrabas en su casa percibías felicidad, amor, una buena atmósfera. Realmente estoy muy shockeada”. De Gerhardt sostuvo que siempre le había parecido un hombre totalmente normal y de Arielle opinó que era una mujer generosa, suave en el trato y una “de esas personas a las que uno le gustaría parecerse”.
¿Por qué Gerhardt tenía tantos celos en los últimos tiempos? ¿Pasaba algo en la pareja que todavía no sepamos? ¿Por qué insistió con esa selfie de manera violenta? ¿Qué tenían esas misteriosas jeringas prellenadas en su mochila? ¿Indican premeditación? ¿Por qué llamó a su hijo y le confesó que había intentado matar a Arielle? ¿Pudo haber tenido un brote psiquiátrico? O,¿siempre fue un violento que iba disfrazado de cordero? Todas estas incógnitas quedarán, seguramente, esclarecidas durante el juicio y si hubiera secretos familiares, dejarán de serlo.
El pasado 8 de abril Gerardht Konig se declaró inocente de todos los cargos. Su abogado Thomas Otake dijo a los medios, sembrando interrogantes, que siempre “hay dos lados de una historia, y uno de ellos no ha sido compartido públicamente todavía. El otro costado se conocerá en el momento apropiado durante el proceso en el tribunal”.
Veremos recién entonces, a partir del lunes 9 de junio, cuál es el motivo que esgrime el anestesista, a quien puede caberle una condena a perpetua, ante la justicia para explicar los hechos.
La familia Konig, lamentablemente, ha abandonado la edad de la inocencia.