Una brillante actuación que amargó nada menos que a River Plate: a 35 años del último partido oficial del Pato Fillol

0
4

El marco no le resultaba ajeno. Por el contrario, era una de las geografías que más habían recorrido sus ojos a lo largo de tantos años de fútbol. El estadio Monumental repleto coreando su nombre. ¿Cuántas veces Pato? Imposible saberlo. Tus atajadas ya eran parte de ese paisaje, durante los 10 años que defendiste como nadie ese arco o en la histórica gesta del Mundial ‘78, con un par de tapadas donde nos hiciste dudar si eras humano de verdad. Pero la historia tenía un cariz distinto en aquel atardecer del sábado 22 de diciembre del ‘90. Porque ocupabas la valla rival. Sin embargo, el afecto se descolgó de los cuatro costados con el pitazo final del árbitro. Tus compañeros de Vélez te levantaron en andas, mientras te dejabas bañar por la ovación de propios y propios. Porque Fillol jamás será un extraño en el Monumental. Mucho menos, el día de la función de despedida.

El último partido del Pato. El calendario, ese rival tan insobornable como implacable. Fuimos varios los que crecimos con sus hazañas y lo creímos eterno. Enfundado en su buzo verde, era capaz de llegar hasta donde nadie lo hacía. En el arco de la Selección nos daba una tranquilidad maravillosa. Los ataques rivales podían desembarcar en sus orillas como malones, que siempre iba a estar él para evitar cualquier problema.

Fillol se inclina sobre su derecha y desvía el penal lanzado por Da Silva

El tiempo fue pasando. Luego de River, lo disfrutaron Flamengo, Atlético Madrid, Racing y Vélez, la estación final. Su presencia, altiva y segura, permanecía con la estampa de siempre. Había tenido algunas fallas, lógicas, de cualquier mortal, pero impropias de su impecable bagaje. Era lo natural a los 40 años. En las fechas finales de aquel primer torneo Apertura de la historia, desarrollado entre agosto y diciembre del ‘90, comenzó a circular el rumor de su adiós.

El viernes 14 de diciembre se disputó la anteúltima jornada. En Liniers, un Vélez golpeado, que se la habían vaciado los bolsillos de ilusiones de pelear por el título unos días antes, recibía a Chaco For Ever, en su permanente y despareja lucha por sumar puntos para el promedio. Sobre el final del primer tiempo, Ortolá abrió el marcador para la visita, en una acción donde el Pato no estuvo del todo feliz. Cuando los equipos regresaron para el segundo tiempo, él no estuvo. De común acuerdo con el entrenador, Roberto Rogel, había pedido quedarse en el vestuario, ocupando Salinas su lugar en la valla.

Quizás allí, entre esas paredes, mientras se desarrollaba el segundo tiempo de un encuentro que finalmente Vélez perdió por 2-1, maduró definitivamente su idea del adiós. No fue fácil. Nunca lo es dejar atrás una pasión que ocupaba casi todo. Para el Pato no solo era un divertimento. El fútbol era su oficio y como un verdadero profesional lo asumió desde el momento del debut, allá en la lejanía de 1969, cuando Carmelo Faraone le dio la chance de volar de palo a palo, debutando en Quilmes.

Pese al resultado, los hinchas de River reconocieron al Pato, una leyenda del arco

Su inmensa carrera merecía una despedida acorde. Y el destino jugó sus cartas para redondear la historia. Dos equipos eran los que llegaban con posibilidades a esa última fecha de pelear por el primer puesto: Newell´s, que tenía como entrenador a un joven que allí estaba dirigiendo su primer torneo. Marcelo Bielsa había encontrado rápidamente el equipo, amalgamando a la vieja guardia (Martino – Llop – Scoponi) con los chicos que él tan bien conocía por haberlos tenido en las inferiores (Gamboa – Pochettino – Berizzo – Franco). Se jugarían su chance visitando a San Lorenzo en la cancha de Ferro Carril Oeste.

Un punto por detrás aparecía River Plate. Un cuadro muy completo, bajo el comando de Daniel Passarella, que era el último campeón del fútbol argentino. Manejaba el pressing como pocos, con el despliegue sin concesiones de Zapata y Astrada en la mitad de cancha, que robaban pelotas sin parar, llevando a que el ingenio de Víctor Hugo Morales los apodara “Los pac man”, por su voracidad para el quite incesante. Juan José Rossi y la Bruja Berti armaban juego para abastecer a la efectiva pareja despareja de ataque. El Mencho Medina Bello era todo potencia, mientras que el Polillita Da Silva, goleador del torneo, era el refinamiento y la clase para definir.

River sería local en la jornada final, pero el rival era Vélez, uno de los adversarios más complejos que podía tener. A la presencia de Fillol en el arco, se sumaba Ruggeri en el fondo, la calidad de Mancuso en el medio y tres delanteros que se complementaban muy bien: el Gallego González, el Tigre Gareca y el Ratón Zárate. Desde el pitazo inicial del gran Juan Carlos Loustau, que venía de ser el representante del referato nacional en el Mundial de Italia de ese año, River tomó la iniciativa, jugando con tres delanteros, por el ingreso de Silvani por Berti.

Fillol llevado en andas por Mancuso y el resto de sus compañeros de Vélez

Pero la primera novedad de la tarde apareció en Caballito. Cristian Ruffini ejecutó a la perfección un tiro libre que puso a Newell´s 1-0 y la tranquilidad de asegurar el título. Un rato después, Ricardo Gareca, insultado sistemáticamente por el público Millonario, enganchó una pelota con la zurda dentro del área, la bajó y con esa misma pierna fusiló cruzado a Passet para colocar a Vélez en ventaja.

Todo iba a contramano de los sueños de River, hasta que llegó un guiño desde la cancha de Ferro con el empate del Ciclón, marcado por Zandoná, que comenzaba a convertirse en un especialista en tiros libres. Los hombres de Passarella seguían en la misma, con vocación ofensiva, pero chocando contra los reflejos intactos de Fillol. A cinco minutos del final del primer tiempo, Mario Lucca fue al piso dentro del área con infracción contra Da Silva. Loustau no dudó en cobrar el penal.

Allí estaba el Pato. Como tantas veces. Dentro del exquisito menú de sus virtudes, estaba el de ser un especialista en atajar penales. Tuvo muchos, pero ninguno como aquel frente al polaco Deyna en el Gigante de Arroyito en el Mundial ‘78. Argentina ganaba 1-0 y el silencio de ese momento, cuando su rival tomó carrera, fue tan inmenso como la explosión cuando se arrojó sobre su izquierda para contener el remate. Se gritó más que un gol.

Ahora estaba ante un nuevo penal. Finalmente, sería el último de su carrera. Enfrente, el Polillita Da Silva, quien sacó un violento disparo. El Pato voló hacia la derecha, puso firme las palmas de las manos, donde rebotó el balón antes de perderse por un costado. No habitó en el Pato un alborozado festejo. Ni siquiera una mueca. Hincha de River desde la cuna, en el fondo le dolía la situación, pero el profesional estaba por sobre todo.

Una de sus últimas declaraciones como profesional

Pero había más. Ya había tenido dos grandes intervenciones antes del penal. Y aún faltaba su atajada cumbre. Luego de un córner, quedó un rechazo corto de la defensa de Vélez. De frente al arco, llegó Astrada y apenas desde unos metros afuera del área, remató con fuerza y ubicación. El Pato voló desmintiendo al documento, pareciendo un pibe, arqueándose en el aire y pegando el manotazo por sobre el travesaño. En la última del primer tiempo, el Mencho Medina Bello desbordó por derecha, lanzó un peligroso centro atrás, que Fillol desbarató con un mano. “¿Y con lo que estás atajando te vas a retirar Pato?”, preguntó Marcelo Araujo, en el relato para “Fútbol de Primera”, con una admiración que era patrimonio de todos.

Cuando regresaron del entretiempo, quedó claro que Passarella estaba dispuesto a quemar las naves, cual Hernán Cortés futbolero. Entraron Berti por Silvani, para buscar más dinámica y fluidez en los últimos metros y Juanjo Borrelli por Juan Amador Sánchez, pasando Astrada como segundo marcador central, ubicándose Zapata como tradicional número cinco. Marcelo Araujo agregó un dato de color, innovador para aquellos tiempos en una transmisión de fútbol, señalando que los dos ingresados tendrían sus respectivos casamientos esa misma noche.

River fue al ataque, tratando de no desesperarse. Tenía variantes de sobra, pero chocaba contra una defensa bien plantada y un arquero formidable. El empate llegó a los 61 minutos, cuando Da Silva le ganó a su marca, bajando la pelota con gran claridad, para poder vencer por única vez a Fillol, con un remate alto. La ilusión de ser primeros estaba tan solo a un gol. Vélez no aflojaba ni sacaba a ninguno de sus tres delanteros, que eran una amenaza permanente para un fondo Millonario desajustado y que muchas veces defendía con tres por el desenganche de Astrada. La famosa historia de la manta corta volvía a hacerse presente en un campo de juego.

Era un ida y vuelta incesante, casi sin pasar por la mitad de la cancha. River avanzaba, pero terminaba tirando centros que morían en las manos del Pato. Vélez seguía esperando su oportunidad de contragolpe. En Caballito, Francisco Lamolina pitó el final del 1-1 entre San Lorenzo y Newell´s cuando en el reloj de su colega Loustau en el Monumental todavía faltaban cinco minutos. A los 87 se escapó el Ratón Zárate por la derecha y fue derribado por Passet, quien vio correctamente la tarjeta roja por infracción como último recurso. Con los cambios agotados, debió ir Fabián Basualdo al arco.

Los futbolistas de Newell’s no se fueron a los vestuarios. Se quedaron amuchados en un breve espacio en derredor del banco de suplentes, con las radios portátiles pegadas a los oídos. en una preciosa postal futbolera. Con uno menos, pero con la misma convicción de toda esa tarde (y todo ese primer año de Passarella como entrenador), River siguió yendo al ataque, la única ley que conocía. En el último instante, perdió una pelota en ataque y yo no quedaban fuerzas para volver. El lateral Bidevich rechazó alto y lejos, más allá de la mitad de la cancha donde picaron, como tres flechas, los delanteros de Vélez. Le cayó al Gallego González sobre la izquierda, con Gareca en el centro y Zárate del otro lado. El goleador espero la salida desesperada de Basualdo, para tocarla despacio a un palo.

El festejo retumbó en la popular visitante del Monumental y su onda expansiva llegó hasta la mitad negra y roja de Rosario, luego de rebotar en Caballito, donde ahora sí los futbolistas de Newell´s se entregaron a la locura, corriendo hacia la tribuna repleta donde deliraban los hinchas. Terminaba un apasionante torneo y caía el telón a una electrizante tarde de fútbol, donde dos hombres nacidos el mismo día, 21 de julio, celebraban a su manera.

A los 35 años, Marcelo Bielsa se daba el gusto de ganar el primer torneo de su carrera como entrenador, en el certamen en el que debutaba. En los hombros de un hincha, que había invadido el campo de juego, le pidió a otro su camiseta y comenzó, como enajenado, a repetir: “Newell´s, carajo, Newell´s”, mientras apuntaba a esa casaca que aprendió a amar desde pibe y de la cual es símbolo.

A los 40 años, el Pato Fillol, al terminar el partido, en forma respetuosa, se fue hasta la mitad de la cancha, sin sumarse a la algarabía de sus compañeros. Sin embargo, fueron ellos los que salieron a su encuentro para levantarlo en andas. Fue allí donde todo su amado estadio Monumental, le tributó una ovación inolvidable. Esas cosas que solo consiguen los elegidos, porque River estaba herido por perder el torneo, pero eso debía quedar a un costado.

Había sido una tarde especial, como reconoció años después: “Me enorgullece porque siento que fue una herencia fuerte que le dejé a mis hijos. Ellos saben que soy hincha de River y lo que siento por el club. Lo que yo le di a Vélez esa tarde, se lo había dado a River durante 10 años seguidos. Si yo no hubiese actuado de esa manera, el hincha Millonario que se rompió las manos aplaudiéndome durante tanto tiempo, hubiese dicho ‘aplaudí a un bastardo, a un traidor’. Pero no, a pesar del dolor que tenían esa tarde, porque yo atajé muy bien y ellos perdieron el campeonato, deben haber sentido que valió la pena el reconocimiento que me manifestaron mientras fui su arquero. Mis hijos, hasta el día de hoy, me lo reconocen y esa es una de las mejores herencias”.

Claro que sí Pato. Una herencia maravillosa, como la que nos dejaste a todos los que aún grandes, cuando nos ponemos en un arco, soñamos con atajar como Fillol.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here